domingo, 20 de abril de 2014

Mes de abril, mes del Libro y la Lectura


El Día Internacional del Libro Infantil se celebra desde 1967 el 2 de abril, con actividades dirigidas a fomentar los buenos libros infantiles y juveniles y la lectura entre el público más pequeño. Esta efemérides conmemorada por el IBBY (International Board on Books for Young People) recuerda el nacimiento del escritor danés Hans Christian Andersen, autor de algunos de los cuentos infantiles más célebres de la historia.

El 23 de abril se celebra el Día Mundial del Libro y del Derecho de Autor, por ser el de la muerte de Cervantes y Shakespeare en 1616, y el del nacimiento o muerte de otros ilustres escritores, como el Inca Garcilaso de la Vega. A nivel internacional fue promulgado por la UNESCO en 1995, a iniciativa de España.

En nuestro centro realizamos, durante todo el mes de abril, actividades relacionadas con el libro y con la lectura. Así, este curso, aprovechando la celebración de la publicación de Platero y yo, hemos leído en clase algunos capítulos de este libro, hemos escrito cartas a Platero, que luego se expondrán en el cole y se publicarán en el Portal Centenario Platero y yo de la Consejería de Educación, Cultura y Deporte de la Junta de Andalucía, habrá una pequeña representación teatral por parte del segundo ciclo de Primaria y otras actividades que tendrán como protagonista el libro... Y, por supuesto, leemos en clase los manifiestos para estas fechas tan importantes.


2 de abril
Día Internacional del Libro Infantil

Carta a los niños del mundo.

Los lectores a menudo le preguntan a los escritores cómo escriben sus historias - ¿de dónde salen las ideas? Provienen de mi imaginación, contesta el escritor. Ah, claro, suele contestar el lector. Pero, ¿dónde está tu imaginación, de qué está hecha y es cierto que todo el mundo tiene una?

Bueno, responde el escritor, está en mi cabeza, por supuesto, y está compuesta de imágenes y palabras y recuerdos y rastros de otras historias y palabras y fragmentos de cosas y melodías y pensamientos y rostros y monstruos y formas y palabras y movimientos y palabras y olas y arabescos y paisajes y palabras y perfumes y sentimientos y colores y rimas y pequeños chasquidos y silbidos y sabores y explosiones de energía y acertijos y brisas y palabras. Todo ello girando ahí dentro y cantando y comportándose como un caleidoscopio y flotando y sentándose y pensando y rascándose la cabeza.

Por supuesto que todo el mundo tiene imaginación: sin ella, no seríamos capaces de soñar. No obstante, no toda imaginación tiene las mismas cosas dentro de ella. Probablemente, la imaginación de los cocineros contenga en su mayoría sabores, de la misma manera que la imaginación de los artistas contendrá sobre todo colores y formas. La imaginación de los escritores está principalmente llena de palabras. 

Para los lectores y oyentes de historias, sus imaginaciones también se nutren de palabras. La imaginación de un escritor trabaja y da vueltas y da forma a las ideas, a los sonidos, a las voces, a los personajes y a los acontecimientos hasta convertirlos en una historia; esta historia no está compuesta de otra cosa que no sean palabras, batallones de garabatos desfilando por las páginas. Entonces ocurre que, de pronto, llega un lector y esos garabatos cobran vida. Siguen estando en la página, siguen pareciendo garabatos pero también están retozando en la imaginación del lector, y éste da forma e hila las palabras para que la historia ahora tenga lugar en su cabeza, como tuvo lugar en la cabeza del escritor.

Este es el motivo por el cual el lector es tan importante para una historia como lo es el escritor. Solo hay un escritor para cada una de ellas, pero hay cientos o miles o incluso a veces millones de lectores de historias, que leen en el mismo idioma que el del escritor o que quizás hasta lean traducciones en muchos otros idiomas diferentes. Sin el escritor, no nace el cuento; sin todos los miles de lectores alrededor del mundo, el cuento no llegará nunca a vivir todas las vidas que puede vivir.

Todo lector de una historia tiene algo en común con los otros lectores de esa misma historia. Separadamente, aunque también de alguna manera juntos, ellos han recreado la historia en su propia imaginación: una acción que es tanto privada como pública, individual como común, íntima como internacional.

Es posiblemente lo que los humanos hacen mejor.
¡Seguid leyendo!

Siobhán Parkinson
Autora, editora, traductora 
y ganadora del premio Premio na nÓg
Traducción: Paula Sanz



23 de abril
Día Internacional del Libro 

Todos somos Robinsón 
 Almudena Grandes 

Escribir un libro es inventar una isla desierta, modificar con un punto apenas perceptible el mapa de los sentimientos, de las emociones humanas, para desear fervientemente un naufragio, la llegada de ese Robinsón desnudo y desarmado que somos todos los lectores cuando abrimos por primera vez un libro.  

Yo he creado algunas de esas islas, pero he colonizado muchísimas más. He nadado centenares, quizás miles de veces, hasta el barco, y he vuelto remando, con madera, con lienzos, con comida, con armas y municiones para defender mi casa. Y en muchos de esos viajes, un grano de trigo ha caído en la tierra sin que yo me diera cuenta, y el sol y la lluvia lo han hecho germinar, y ha crecido una espiga para que yo pudiera cosecharla, y molerla, y fabricar por fin mi propio pan, un pan que me ha alimentado mucho más que las tostadas que desayuno todos los días. Yo he aprendido muchas más cosas en los libros que en la vida, y he sido feliz, y desgraciada, y me he reído, y he llorado, y me he asustado, y me he emocionado, y me he enamorado, y me he desenamorado muchas más veces, porque los libros viven, laten, palpitan con su propio corazón. La literatura es el telar donde Penélope teje cada día con los hilos de la vida humana el sudario que desteje cada noche para empezar otra vez, apenas sale el sol, desde hace miles de años. 

La lectura y la escritura son dos caras de la misma moneda, una isla desierta y su náufrago. Yo lo sé bien, porque fueron los propios libros quienes me abocaron a escribir libros, y si antes no hubiera vivido leyendo, nunca habría podido empezar a escribir. Cuando descubrí la extraordinaria capacidad de la literatura para multiplicar y enriquecer mi vida, la prodigiosa generosidad con la que desplegaba ante mis ojos una infinidad de aventuras, de lugares, de identidades múltiples que sin embargo eran capaces de superponerse sin conflicto alguno a mi propia identidad, para coexistir con el tiempo y el espacio de mi vida verdadera, me enganché a los libros como otros se enganchan al ejercicio físico, al alcohol, a la velocidad o a la música. Y si alguna vez, aquel fervor se identificó con la necesidad de autoafirmación de todos los adolescentes, pronto empezó a confundirse con el puro instinto de supervivencia de los adultos. 

Eso sigue siendo tan cierto que, si en este momento, alguien me obligara a elegir entre vivir sin leer y vivir sin escribir, estoy segura de que acabaría renunciando al oficio que he perseguido desde que era una niña que decía que iba a ser escritora. Porque tal vez sería capaz de llegar a ser feliz trabajando en otra cosa –una librería literaria, una papelería bien surtida de rotuladores y lápices de todos los colores, una ferretería empapelada de cajoncitos con tuercas y tornillos, o una huerta- pero, para mí, vivir sin leer ya no sería vivir, sino un sucedáneo insoportable de la vida. 

¿Quieren ustedes vivir? Lean. 
¿Quieren vivir más años, con más intensidad, más variedad, más alegría? Lean más. 
Déjense llevar por las eternas mareas de una pasión inmortal y no teman a las olas. Al otro lado de cualquier océano siempre hay una playa, una isla, un mundo completo que sabrá llamarles por su nombre y un grano de trigo que les está esperando. 

 Almudena Grandes

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